La crisis de la cultura ecuatoriana: entre la abulia espiritual y el olvido gubernamental

Texto: Ramiro Urgilés Córdova.
La cultura ecuatoriana se desangra entre supuestos gestores y gremios culturales aburguesados, cafetines y grupúsculos dependientes de una matriz estatal subsidiaria, y de un modelo gubernamental al que en su afán populista, jamás le interesó el porvenir de la cultura. La verdadera expresión —aquella que es la evidencia del tránsito histórico de los pueblos, y no la simple producción de abstracciones que se levantan sobre la arena del egoísmo y el fango del egocentrismo— atraviesa un punto de no retorno. La cultura se encuentra en emergencia y el problema no es únicamente monetario, ni legal, es espiritual y propio de nuestros tiempos.
Ernesto Sábato al referirse a la crisis del hombre integral afirmaba que cada época podía ser juzgada por el arte que sus hombres gestaran, y por sobre todo por la interpretación que el colectivo hiciera de la misma. A partir de la modernidad —y en especial con la apertura de los mercados mundiales— la cultura se desnaturalizó hasta el punto de ser considerada como un espectáculo turístico a cargo de empresarios y ambiciosos curadores, cartas de estatus a la venta del mejor postor, un producto más de la economía global destinado a alimentar el ego de intelectuales de marfil asociados a los gobiernos y poderes de turno.
En la misma línea de ideas vale la pena decir que la híper-fragmentación de los estamentos administrativos (más de 300 dependencias burocráticas de diversa índole a lo largo del país) que se encargan del manejo de la empresa cultural, y la desidia por parte de los dos últimos mandatarios son una parte importante de la actual crisis y han generado un profundo problema institucional que amerita una urgente intervención.
El anterior régimen se publicitaba como un adalid del intelecto y de la expresión en todos sus niveles, pese a ello durante más de diez años el Ministerio de Cultura recibió asignaciones que representan apenas un promedio del 0.25% del presupuesto estatal, siendo hasta la fecha una de las tres carteras de estado con menor apoyo por parte del Estado central. El dramático promedio se redujo al 0.9% en el gobierno de Lenín Moreno, es así que para el presente año se destinó un monto de USD 28. 354.826, es decir, un 46,07% menos respecto a la proforma presupuestaría aprobada el año anterior. El 84,3% de dicho valor se emplea en gasto corriente y en el sostenimiento de un modelo burocrático por demás innecesario que se ha encargado de poner trabas a los creadores (la gestión de un proyecto cultural es 45% más compleja que la media internacional) e impuestos a los ciudadanos; cerca del 8% se invierte en el plan anual de inversiones que hasta el momento no ha permitido la consolidación de jóvenes prospectos, ni la germinación de nuevos talentos, y apenas el 6% se destina al financiamiento de iniciativas creativas concretas.
En el mismo sentido la autonomía que la Constitución de la República otorga a la Casa de la Cultura no parece haber sido la fórmula institucional adecuada para garantizar adecuadas condiciones de producción, sostenibilidad y apoyo al quehacer cultural en los diferentes estamentos del país, más bien se ha constituido en un mecanismo de estancamiento, una vía hacia la falta de coordinación nacional y al desmembramiento regional de la cultura, en definitiva el establecimiento de provincias de primer y segundo orden en materia de asignación financiera. Es así que de publicación de libros editados por dicho organismo, se ha reducido en los últimos cinco años en más del 40%, las exposiciones pictóricas avaladas por el mismo en cerca del 30% y las muestras fotográficas se han visto afectadas en más de 20 puntos porcentuales, paradójicamente el arte estructural y los performances se han incrementado en más del 35%. De igual forma el inadecuado manejo cultural a nivel local contribuye a la inversión estéril y a la existencia de facciones a nivel local.
El malestar frente a estas penosas condiciones había crecido durante la primera mitad del año, hasta que finalmente en un contexto de rechazo generalizado la mañana del pasado 7 de agosto cerca de 20 asociaciones y gremios artísticos convocaron nacionalmente a la primera marcha de artistas y gestores culturales. Bajo el lema “La cultura en emergencia”, cientos de personas elevaron su protesta al recio sol y a la ciega mirada de la sociedad entera, para exigir una mejora en las condiciones de trabajo de auto atribuidos obreros culturales, y expresar el descontento frente al ausentismo gubernamental y el contenido de la polémica Ley de Cultura.
En una equívoca reacción política, el presidente Lenin Moreno nombró al reconocido cantautor Juan Fernando Velasco como su segundo Ministro de Cultura. Desde el inicio de sus funciones Velasco ha tenido que enfrentar graves problemas al interior del mencionado ministerio, el manejo de un inflado personal, la gestión de un reducido presupuesto y la planificación futura sobre la base de Estado endeudado y dependiente de la exportación de recursos no renovables, sin duda serán los principales obstáculos para su cartera.
Somos testigos de una crisis que atraviesa todos los niveles del tejido social ecuatoriano, somos la generación que usufructúa la miseria de una comunidad que construye un arte por completo alejado de los problemas fundamentales de lo humano, un supuesto patrimonio vivo que en su ceguera (aquella virtuosamente descrita por Saramago) se ha alejado de la realidad social y de la otredad.
Las posibles soluciones se encuentran en por lo menos dos niveles de acción, el primer nivel parece ser el más complejo y corresponde al despertar de la conciencia humana, la recuperación de lo primordial y metafísico, que Heidegger propugnaba hace cien años.
Por otra parte el nivel institucional requiere de un ajuste urgente de la ingeniería constitucional, por medio del cual se edifique un modelo uniforme y sustentable de administración de la actividad cultural, que integre a la nación entera mediante parámetros objetivos de asignación e inversión financiera oportuna y eficiente, rescatando el apoyo privado y comunitario que parece olvidado.
Si no reaccionamos oportunamente seremos participes del fin de la cultura, una tragedia que acontece precisamente en una época en la que más que nunca ser artista es cosa de locos y no de obreros. (O)
La crisis de la cultura ecuatoriana: entre la abulia espiritual y el olvido gubernamental